Daisy Raisi cultiva su pasión por escribir hace cuando era ñina. Licenciada en Literatura Moderna italiana, vive en Italia donde está escribiendo aquel che se convertirá en su sexto libro autoproducido:”La danza dei tuoi passi lievi”. “Las huellas suaves del corazón” es la edición española de su colección de cuentos “Le orme leggere del cuore”, publicado por Youcanprint, en el mes de febrero 2014, un homenaje al genero feminino. Cinco historias, cinco cuadros de mujeres que tienen un común denominador: el amor, en su sentido más amplio.
I
El calor era insoportable, en aquel día de agosto: hasta quitaba el aliento. Eva diò un suspiro después de depositar las bolsas de las compras frente la puerta de su departamento: el ascensor, como siempre, estaba fuera de servicio. Afortunadamente, vivía en el primer piso del edificio situado en el casco histórico de la ciudad, tan hermoso exteriormente pero mal construido. A confirmación de ello, las infiltraciones de agua en las cocheras y las innumerables grietas sobre los muros, herencia de sacudidas sísmicas más o menos recientes. Un hilo de sudor bajó de su frente mientras colocaba las canastas en la entrada. Introducì la llave dentada en la cerradura y arrastró tras suyo los bultos. Al entrar, fue golpeada por un olor fuerte de cocina, aunque la ventana había quedado abierta por horas. Se sentó, agotada, depositando sobre el plano de la mesa la carpeta de un color gris-azulado, llena de notas escolares y circulares. Eva enseñaba en una escuela primaria: era maestra de apoyo. Delgada, esbelta, de ojos claros, vivarachos y observadores de los que era difícil sostener la mirada, a menos que no se tenía su misma pureza. <<Tienen el color del mar.>> había comentado en su primer encuentro, Annie, mientras le daba un abrazo. Era al inicio del año escolar y, cuando la directora presentó a la pequeña su enseñante, esta la cogió súbito en simpatía. Una mirada, una chispa bribona en sus ojos color castaño y un abrazo fuerte inesperado… Eva se sintió sumergir de una oleada oceánica de cariño sin precedentes. Nació así su amistad con aquella niña muy especial, capaz de comunicar emociones de manera intensa, instintiva, siempre. En el tiempo, Eva se sorprendió a sufrir, de manera creciente, del dolor de Annie y a alegrarse de sus alegrías, como si se hubieran conocido desde hace siglos. Su relación superó los confines previstos por su lugar profesional, sin que Eva pudiera y quisiera también hacer sólo algo para evitarlo. Habían pasado muchas estaciones desde aquel primer encuentro: Annie ya era una adolescente alegre y enamorada. Eva había conservado una foto de ella a la vista, sobre el aparador, en la sala de estar, por cuanto no le hacía justicia. Su rostro, en aquella imagen, aparentaba gordito y no se podía apreciar su dulzura. Sí, porque aquella jovencita era muy dulce. <<Una joven especial, de gran corazón>>: así la había descrita a sus padres, una vez, en una conversación. Pero no todos los compañeros de Annie pensaban igual que la profesora: para algunos de ellos era sólo el cromosoma 21”.
II
Una fría tarde de otoño; las hojas volaban frente a la explanada de la escuela, mientras la cuarta B escuchaba aburrida la clase de historia. Annie deseaba que llegara pronto la hora de la pausa para comer su merienda: un rico tiramisú preparado por su hermana Gilda. ¡Ella tenía que tener las manos de hada porque todos los dulces que hacía le salían para chuparse los dedos! ¡Simplemente exquisitos! Cuando el timbre anunció la pausa, la niña sacó el envase con su merienda, abrió la servilleta amarilla donde había la cucharita de mango azul y lo hundió con entusiasmo infantil en el postre. Al tocar el timbre de la pausa, la aula se había vaciado y, desde afuera, se oía el criterio de los compañeros. <<¿No te unes a nosotros?>> le preguntó la rubia compañera de lado, Sophie. Annie negó con la cabeza, a la pregunta, enseñando, con aire triunfante, el tiramisú. La otra sonrió levantando la mano en señal de saludo:<<¡Nos vemos enseguida!>> añadió, alejándose. En ese momento, entraron en el salón de clases Claude y Sébastien. El primero de cabellos castaños, pequeño, flaco con un aire de suficiencia perpetúa imprimida en su rostro listo e irreverente; el segundo más robusto, rubio y siempre con el ceño fruncido.
Claude con hacer amenazador, empezó enseguida a tomar a patadas las piernas de la silla, situada junto al sitio de Annie y a dar puñetazos al pupitre, mientras el otro procuraba quitarlo de allí, tirando de su brazo. Pero él continuaba a gritar como un poseído: <<¡Cromosoma 21! ¡Cromosoma 21!”>> recitando una nenia agotadora y obsesiva. Frente a aquel comportamiento, Annie se limitó a taparse los oidos, quedando inmóvil, con la mirada baja.<<¿Te has vuelto loco?>> preguntó Sébastien a Claude.
<<¿Qué haces? ¿Qué dices?”. “¿Cómo? ¿No lo sabes? Mi padre es médico y me ha dicho que ella es estúpida y se quedará así toda la vida, porque tiene un cromosoma más: el cromosoma 21.>> Sèbastien lo miró, primero desconcertado y después impaciente:<<¡Es suficiente! ¡Déjala en paz! ¿Qué te importa lo que tiene? ¿No ves que la estás haciendo llorar?.>> Copiosas lágrimas silenciosas caían de los ojos dulces de forma almendrada de Annie.<<¡Cromosoma 21, cromosoma 21!>> continuó de vuelta a gritar Claude, como si nada le hubieran dicho y el envase del tiramisú voló en el aire barrido por su enojo ciego. Annie, sollozando sin moderación, casi se inclinó automáticamente, para recogerlo. Del umbral de la clase, Eva asistió, como petrificada, a la última escena. Con un salto felino, alcanzado Claude, lo arrastró por el brazo fuera de la habitación.<<¡Ahora te lo doy yo el cromosoma 21! ¡Derecho en la dirección!”>> <<Señora maestra, ¡Yo estaba bromeando!>> dijo el niño. <<¡Estábamos jugando!>> <<¡Aprende a jugar de manera diferente!>> gritó Eva, roja en rostro por la ira. Sintió las lágrimas subirle a los ojos, pero no le habría dado a Claude la satisfacción de verla llorar. ¡Nunca! <<¡No creas de salirte con la tuya! ¡Convocaremos a tus padres para informarlos de tu comportamiento!”>> La ira continuaba a crecerle en Eva. Se sintió como un animal herido a muerte: como si hubiera sido ella misma el blanco de aquella agresión cruel.<<¡Tengo que calmarme!>> repitió entre si misma. <<Tengo que calmarme>> dijo, subiendo el último tramo de escaleras que conducía a la presidencia. <<No puedo entrar en la oficina del director, en este estado. No sería creíble y no haría el bien de Annie.>>
III
Al día siguiente, fueron convocados los padres de Claude. El ambiente era tenso y embarazoso. La señora Cassel, envuelta en su abrigo de visón, tenía una expresión indescifrable mientras su marido estaba visiblemente enojado y molesto.<<¡Ser convocado aquí por una tontería!>> protestó, sin sombra de vergüenza. <<¿Qué cosa habrá sucedido? ¿Le pegaste? Ya saben, son niños y entre ellos bromean.>> se justificó.
<<Puedo asegurarle que se ha tratado de todo salvo una broma>> contestó enérgicamente Eva, el traje azul, los brazos cruzados y una expresión de dolor pintada sobre el bonito rostro. <<Escuché con mis propios oídos. Su hijo ha usado estas precisas palabras, refiriéndose a Annie: ¿Cómo no sabes, Sébastien? Mi padre es médico y me dijo que esta es una retrasada y lo será para toda la vida porque tiene un cromosoma más, el cromosoma 21…>> agregó, mirando fijamente sus ojos, con una expresión de desafío.
El hombre empezó a tartamudear, visiblemente avergonzado: <<Excluyo categóricamente de haber dicho esto de Annie. ¡Sólo hay que preguntar a mi hijo!>> dijo, volviendo la mirada a Claude. <<¡Ánimo!>> lo exhortó.<<¡Habla! Diles a estos señores que no es para nada verdadero cuanto dicho por la enseñante. Debe haber oído mal.>> Por toda respuesta, el niño bajó la mirada, eligiendo de quedar en silencio. A aquella reacción, inesperada, sobre el rostro de Eva se pintó una sonrisa de triunfo. La joven fijó su mirada profunda como el mar en aquella del señor Cassel. <<No podemos esperar que nuestros hijos den pruebas de sensibilidad, si nosotros somos los primeros en darles un mal ejemplo.>> El señor Cassel estuvo a punto de contestar algo, pero se detuvo. Fue la mirada de su hijo en retenerlo.
IV
El domingo siguiente, Eva consiguió de los padres de Annie el permiso de acompañarla a la fiesta de cumpleaños de Claude. No fue tarea fácil para tener éxito. Ella tuvo que ir a la casa de Sylvie, la madre de la niña, para conseguir personalmente el consentimiento. En un frío día otoñal, tocó al timbre de casa Delfault, limpiándose los zapatos embarrados en la alfombrilla. De hecho había llovido hasta hace poco y, al mirar el cielo, no presagiaba nada bueno ni para el resto de la jornada. La señora Delfault le contestó enseguida, haciéndola entrar sin demora. <<Por favor, la ruego. No se quede afuera con este frio. El tiempo hoy es horrible.>> Eva sonrió un poco avergonzada, no se hizo rogar. Hacia realmente frio. Entregó su abrigo gris perla, la bufanda de lana a juego y su mórbido sombrero a Sylvie y, siguiendo una seña de la mujer, se puso a sus anchas sobre el sofá color carmesí, en el cuarto de estar. En la sala había fotos de Annie, esparcidas por todas partes. Annie al mar, Annie en compañía de un gato atigrado y regordeto, Annie delante de la escuela, Annie al parque con los abuelos.<< Es nuestra única hija>> señaló Sylvie << y la queremos mucho. Sabíamos de su enfermedad antes de nacer, desde los primeros meses de embarazo, pero hemos decidido junto, mi marido Cornelius y yo, que habría llevado a término el embarazo. Nunca hemos pensado que su camino y el nuestro sería fácil: ¿Para quién lo es? Annie tenía el derecho de ingresar al mundo, más de cualquier otro. Hasta el otro día, en la escuela, solamente la habíamos visto sonreír. Su felicidad es todo para nosotros.>> Eva, a aquellas palabras, bajó la cabeza y, después de unos instantes, levantó la mirada limpia y clara, la fijó en aquella de la señora Delfault, aclarando su voz, ronca por la emoción: <<Es justo por la felicidad de Annie que soy aquí.>> explicó, con voz firme. <<Debe enfrentar a sus enemigos, enfrentar el dolor que ellos le han causado. Estar tanto como sea posible en medio de los demás, sin excluir nada. Por eso, quiero que ella participe a la fiesta de Claude Cassel. Yo misma la acompañaría. Además para mi seria un placer.>> añadió, revelando sus labios carnosos en una radiante sonrisa. La madre de Annie no tuvo que nada objetar. Bastó con fijarse en los ojos en su interlocutora y escuchar aquellas pocas palabras sinceras para convencerse de su bondad. <<Hablaré con mi marido, esta tarde,>> precisó <<pero estoy convencida que él también estará de acuerdo con nosotras. ¿Puedo ofrecerle algo para tomar, Eva?”>> preguntó, con mucha amabilidad. <<No, gracias, estoy de paso, tengo poco tiempo. Me esperan en la escuela.>> <<Bien, entonces no los haremos esperar>> concluyó la señora Delfault, levantándose de su cómodo sillón color marrón claro. <<Tendremos otras oportunidades para reunirse con calma, tal vez para tomar un té.>> <<¡No faltaré!”>> le había contestado la mujer que al tomar el abrigo, la bufanda y el sombrero, se los colocó con la velocidad de un rayo, mientras se disponía a salir. Luego, parecía que la calle se la había tragado.
V
Unos días después del encuentro entre Eva y Sylvie, Annie se presentó con un obsequio frente a la puerta de la casa Cassel y Claude, un poco avergonzado, le agradeció y la invitó a participar. <<¡Eres de los nuestros!>> le dijo y la introdujo en la sala de juegos, decorada con guirnaldas de colores. Annie sonrió, serena. Eva estaba feliz de verla jugar, sin preocupaciones, con sus compañeras de clase, bailando y charlando durante la fiesta. <<¡Ha sido el cumpleaños más bonito cuyo yo haya participado nunca!>> la niña le reveló a Eva, aferrándose cariñosamente a ella, en el camino de regreso.
<<¡Habrá muchos más, Annie, ya verás!>> le prometió la maestra, mirándola con dulzura, con sus ojos color del mar y abrazándola fuerte. Las palabras de aquella joven mujer se habrían revelado proféticas, en los días y los años venideros.
Gracias a ella, también Annie, ahora podía volar.